ruypster's blog: Por tierras del Franco Condado y Alsacia
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sábado, 13 de octubre de 2007

Por tierras del Franco Condado y Alsacia

Continuación de: Borgoña, entre el Saona y el Seille

Borgoña se considera a sí misma el corazón de Francia, una región próspera con un vino internacionalmente famoso, una gastronomía excelente y una magnífica arquitectura. El Franco Condado combina suaves campos con altos bosques alpinos.
Bajo el gobierno de los duques de Valois, Borgoña fue la más poderosa rival de Francia, con un territorio que se extendía mucho más allá de los límites actuales. Hacia el siglo XVI el ducado estuvo gobernado por dirigentes designados por el rey de Francia, aunque consiguió conservar sus privilegios y tradiciones. Antaño parte de Borgoña, el Franco Condado luchó por mantenerse independiente de la Corona y fue provincia del Sacro Imperio Romano hasta su anexión por Luis XIV en 1674.

Borgoña es hoy una región rica, al igual que en el pasado, cuando fue centro de una fe religiosa que produjo en la Edad Media obras maestras del románico en Vézelay, Fontenay y Cluny. Dijon es una ciudad espléndida con grandes palacios de la antigua nobleza borgoñesa y una colección de pinturas y esculturas en su museo de Bellas Artes. Los viñedos de la Côte d’Or, la Côte de Beaune y Chablis producen vinos muy apreciados. Otros paisajes de gran diversidad, desde los agrestes bosques del Morvan hasta los cultivos del Brionnais, producen caracoles, pollos de Bresse y reses Charolaise.
El Franco Condado no posee nada de esa opulencia, aunque su capital, Besançon, es una elegante ciudad del siglo XVII con tradición relojera. Topográficamente la región está dividida en dos, las tierras cultivadas y onduladas del valle del Saona y los paisajes alpinos al este. Esta zona boscosa con torrentes llenos de truchas es también la cuna de quesos, como el Vacherin y el Comté, y del característico vino amarillo de Arbois.

9ª etapa: Dijon

Después de una semana navegando por los ríos de Borgoña, una parada en su capital era obligatoria. Dijon ofrece al visitante infinitos descubrimientos, tantos arquitectónico, como artísticos y gastronómicos. El centro de Dijon es un laberinto de callejuelas que merece la pena recorrer. La iglesia gótica de Notre Dame, con sus innumerables gárgolas y su lechuza de la buena suerte; la iglesia St-Michel, que combina el estilo gótico flamígero con detalles renacentistas y su magnífico pórtico ricamente labrado con ángeles y temas bíblicos alternados con temas mitológicos o el Palais des Ducs, hoy Museo de Bellas Artes, son tan solo algunos ejemplos del formidable patrimonio artístico de la ciudad.

Muy apegada a los productos de la tierra y conocedora del arte del saber vivir, Borgoña se define por una gastronomía con carácter. En ninguna otra parte se encuentran caracoles, ancas de ranas, huevos en ‘meurette’, embutidos a la mostaza de Dijon, époisses, soumaintrain… Posadas rurales y restaurantes de renombre valorizan esos buenos productos. Todo el placer del viaje está ahí, con un buen vino de Borgoña, ¡naturalmente!

Saliendo de Dijon y cruzando las tierras del Franco Condado, nos dirigimos a Alsacia, cuna del famoso Gewürztraminer y Riesling alsaciano.
Como región fronteriza, Alsacia, al igual que la vecina Lorena, ha sido durante siglos objeto de disputa entre Francia y Alemania, y numerosos bastiones y cementerios militares recuerdan el asedio de su pasado. Hoy día, la región presenta un aspecto apacible, con sus pueblos pintados de color pastel, sus ciudades amuralladas y sus viñedos.
En la frontera noreste de Francia y limitada por el Rin, Alsacia forma una cuenca fértil entre las montañas de los Vosgos y la Selva Negra alemana.
Presa de las guerras entre Francia y Alemania, Alsacia ha cambiado de nacionalidad cuatro veces desde 1871. Siglos de disputa han sembrado sus tierras de numerosos castillos, desde la fantasiosa imitación de Haut-Koenigsbourg, hasta la fortaleza en ruinas de Saverne, construida para vigilar un paso estratégico en los Vosgos. Pese a todo, la zona posee una fuerte personalidad propia, orgullosa de sus trajes regionales, sus tradiciones y sus dialectos.
Gran parte del atractivo de esta región reside en su cocina. Los acogedores weinstrubs, o bodegas de vino, sirven sauwerkrau, o choucroute garnie, con sus famosos caldos. Los devotos del vino pueden pasar dos o tres días recorriendo a placer la pintoresca route du vin, que dicurre a lo largo de unos 180 km desde Marlenheim hasta Thann. Esta ruta incluye ciudades históricas con calles adoquinadas, casas medievales con entramado y fuentes renacentistas como Colmar.

10ª etapa: Colmar

Primera parada alsaciana, Colmar, su ciudad mejor conservada. Como centro comercial y puerto fluvial tuvo su apogeo en el siglo XVI, cuando los mercaderes de vino transportaban su mercancía por las vías fluviales que recorren el pintoresco barrio de los canales, conocido ahora como Petite Venise. La cercana plaza de l’Alsacienne Douane está dominada por la Koifhüs, una casa de aduanas con galerías y techumbre borgoñesa de travejana. Muy cerca, el barrio de la plaza de la Catedral está repleto de casas del siglo XVI. En el centro histórico, la pintoresca rue des Têtes es sede de la antigua lonja de vinos, una casa renacentista conocida como la Maison des Têtes debido a las cabezas gesticulantes que ostenta su fachada con aguilón. Y en la rue Mercière, la Maison Pfister, con su esbelta torrecilla con escaleras y su fachada con varios niveles de galerías repletas de flores, se ha convertido en símbolo de la ciudad.



11ª etapa: Estrasburgo

A unos 70 km de Colmar y a mitad de camino entre París y Praga, a Estrasburgo se la conoce como la encrucijada de Europa, lo cual no resulta sorprendente. La ciudad se siente a gusto con su cosmopolitismo europeo –su famosa catedral ha congregado tanto a la comunidad católica como a la protestante–, y como una de las capitales de la Unión Europea ha tenido el acierto de situar el futurista edificio del Parlamento Europeo algo alejado del centro histórico. Una de las formas de contemplarlo es tomando un barco por los canales que rodean el casco viejo. El recorrido comprende los Ponts-Couverts, unos puentes cubiertos unidos por torres de vigía medievales que proporcionan un punto de observación de los cuatro canales del Ill, y la pintoresca Petite France, antiguo barrio de los curtidores, salpicado de molinos y cruzado por una red de puentes.
La catedral de Notre-Dame merece una mención especial. Obra maestra de tracería de piedra, la catedral de piedra arenisca “se eleva como un sublime, ancho y arqueado árbol de Dios”, en palabras del poeta Goethe. Aunque su construcción comenzó a finales del siglo XI, no se terminó hasta 1439, cuando se concluyó la imponente fachada. En la misma plaza de la catedral, la Maison Kammerzell, convertido en un restaurante, era la mansión de un rico mercader. Sus elaborados relieves de madera se remontan a los siglos XV y XVI.


12ª etapa: Eguisheim

Emprendiendo el camino de regreso, no quisimos dejar Alsacia sin antes visitar su más bello pueblo, según palabras de los locales.
Eguisheim es un delicioso pueblo construido dentro de tres círculos concéntricos de murallas del siglo XIII. El conglomerado de de austeras fortificaciones, de intimidad y de elegancia constituye un conjunto sorprendentemente armonioso. En el centro del pueblo se yergue el castillo feudal octogonal de los condes de Eguisheim. Frente a éste, una fuente renacentista ostenta una estatua de Bruno Eguisheim, nacido en 1002. Se convirtió en el papa León IX y más tarde fue canonizado. La Grand’rue está bordeada de casas con entramado, muchas de ellas con inspiración en su fecha de construcción. Cerca del castillo se halla Marbacherhof, una granja monástica para la recolección de los diezmos y antigua lonja de cereales.


13ª etapa: Milán

Unos 400 km nos separan de nuestro siguiente destino: Milán. Antes pasaremos la contigua frontera Suiza donde un amable agente del ministerio correspondiente nos espera con un taxativo ¡30 euros!" Ni “buenos días” o “bienvenidos”, sino un frío y seco “tiene que pagar la tasa de autopista; son 30 euros” acompañado de un intrusivo gesto de la mano pegando la viñeta sobre la cara interior del parabrisas antes de que pudiésemos reaccionar. Una vez cumplidas tan expeditivas formalidades, cruzamos el territorio suizo de Basilea a Lugano, bajo un cielo de plomo y lluvias esporádicas. La llegada a Milán no se hizo esperar.

Durante el Renacimiento, Milán fue gobernada por los duques de las familias Visconti (hasta 1447) y Sforza (a partir de 1450), quienes mantenían a sus servicios a artistas de la talla de Leonardo da Vinci y Bramante. Después de intentar conquistar el resto de Italia septentrional en el siglo XV, Milán fue conquistada por Francia en 1500 y luego por España, en 1535. Durante el siglo XVIII, Austria reemplazó a España, pero después de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, la ciudad se convirtió en uno de los principales centros del nacionalismo italiano, reclamando su independencia y la unificación italiana. En 1859, Austria cedió el control al reino de Piamonte-Cerdeña, el cual más tarde se convertiría en el reino de Italia.


Sin duda, su mayor referente cultural es el teatro de la Scala, unos de los principales centros mundiales de la lírica, pero el símbolo por excelencia de la ciudad es su impresionante Duomo.
El Duomo de Milán es la segunda catedral católica romana más grande del mundo, únicamente superada por la catedral de Sevilla (al igual que la basílica de San Pedro en Roma, que no es catedral). Tiene 157 metros de largo y puede albergar 40.000 personas en su interior. Las vidrieras del coro tienen la reputación de ser las mayores del mundo.
Un paseo por sus tejados nos revela el fastuoso trabajo de escultores y constructores, dirigidos por los numerosos arquitectos que se sucedieron desde 1386, cuando se inició el proyecto, hasta bien adentrado el siglo XX que vio la última puerta inaugurada.

14ª etapa: Cannes

Última etapa de nuestro periplo por Francia, Cannes, con su famoso Boulevard de la Croisette, nos ofrece la visión más glamurosa de la costa mediterránea. Por un lado, los jardines y sus palmeras bordean algunas de las mejores playas de arena de toda la costa y por el otro las muy exclusivas boutiques y hoteles de lujo, como el Carlton, de estilo belle époque, nos recuerdan por momentos a cinematográficos escenarios como el vecino Montecarlo, Rodeo Drive, en Beverly Hills, u otros Palm Beach floridano. Antiguamente fue una calle con renombre internacional, pero en la actualidad se ve ensombrecida por el ruido y los humos de los coches, sobre todo en verano y durante los festivales.
Al igual que Grasse es sinónimo de industria del perfume, lo primero que la gente asocia con Cannes son sus muchos festivales, especialmente el Festival Internacional de Cine que se celebra en mayo. Pero la ciudad es algo más. Lord Brougham, el canciller británico, fue quien puso a Cannes en el mapa, aunque se supone que Prosper Mérimée, inspector de monumentos históricos, visitó Cannes dos meses antes que él. Lord Brougham se detuvo aquí en 1834, al no poder llegar a Niza debido a un brote de cólera surgido en esta ciudad. Impresionado por la belleza y el suave clima de lo que entonces era sólo un pequeño puerto pesquero, se construyó allí una casa. Otros extranjeros le siguieron y así nació Cannes como importante centro turístico mediterráneo.


Y desde la ciudad del cine, regresamos a nuestros puntos de origen: Barcelona para unos y Madrid para otros. Quince días intensamente vividos que nos han dado muchas pistas para más viajes y futuras aventura.

            

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