ruypster's blog: Bangkok, la ciudad de los ángeles
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lunes, 26 de febrero de 2007

Bangkok, la ciudad de los ángeles

Continuación de "Península de Malaca: de Bangkok a Singapur"

Bangkok - Reflejo de modernidad
Sólo con echar un vistazo al mapa de la ciudad ya se presiente el indescifrable caos que parece regir su destino. Al este de los profundos meandros del Chao Phraya se extiende una maraña de calles que se disparan en todas direcciones –muchas de ellas inconexas–, sobre las que se superpone el remarcado trazado de las nuevas autopistas aéreas con sus enrevesados nudos de enlaces. Entre medias, las vías del tren y los viejos canales que aún sobreviven de la que llegó a denominarse la Venecia Oriental diseccionan la urbe en trozos irregulares de disparatada geometría. Y, sin embargo, el diseño que yace en el origen de este incomprensible desorden se inspiraba en la mística simetría de un mandala budista, copiado del que se diseñó para Ayuthaya, la antigua capital del reino de Siam, que es el nombre sánscrito que tuvo Tailandia hasta 1939. Cuando Ayuthaya fue arrasada por las tropas birmanas a finales del siglo XVII, el centro de gravedad de la monarquía se desplazó unos 80 kilómetros hacia el sur del mismo río y, siguiendo la milenaria costumbre de otorgar suerte y honores a través de los apelativos, y en aras de conjurar un posible nuevo desastre, a la nueva metrópoli se le impuso una irrepetible retahíla de rimbombantes apodos como Depositaria de Joyas Divinas, Gran Tierra Inconquistable, Refugio Divino, Residencia de Espíritus Reencarnados, y otros tantos que finalmente quedaron resumidos en el primero de ellos, Krung Thep, que significa Ciudad de Ángeles, y que es el que verdaderamente emplean los tailandeses. Porque Bangkok no deja de ser la derivación de un topónimo anterior, Bang Makok –lugar de ciruelos– perpetuado con empeño por los comerciantes extranjeros que hicieron caso omiso del nuevo nombre, lo cual sin embargo denota la sabia tolerancia con que los tailandeses han aceptado desde un principio las influencias occidentales sin perder un ápice de su propia identidad.

El tráfico - la lacra de Bangkok
Durante los años 60 y 70 la angélica villa aumentó al doble su tamaño en un crecimiento que desde entonces resultaría ya frenético e imparable, imponiendo en la década de los 90 la imperiosa e ineludible necesidad de afrontar su principal dilema urbanístico: el tráfico. A la escasa infraestructura de carreteras con que desde siempre ha contado –menos del 10 por ciento de su superficie–, hay que añadirle uno de los consumos más disparatados de automóviles, que pone en órbita cada día unos mil vehículos más. Mientras en otras ciudades europeas se intenta sustituir por túneles los antiguos pasos elevados que tanto afean el paisaje urbano, en Bangkok se afanan por sumarle a la verticalidad de los rascacielos un laberinto de autopistas y líneas de ferrocarril dispuestas a sobrevolar los desesperantes atascos del nivel inferior a pie de calle. Inaugurado en 1999, el BTS Skytrain circula a doce metros de altura, convertido en un nuevo emblema y propuesto como original método contemplativo capaz de abarcar varios barrios en un solo vistazo, cosa que no resulta del todo convincente por la velocidad con que ha llegado también a saturarse. Más divertidos resultan en cambio los ágiles tuk tuk de toda la vida, versión remodelada y motorizada del clásico rickshaw oriental.

El tuk-tuk, el transporte más pintoresco de la ciudad
Otro de los considerables esfuerzos para paliar los embotellamientos abre paso a un nuevo sistema de Metro excavado a 23 metros de profundidad con las mismas técnicas que el túnel del Canal de la Mancha, debido a la geología particular de un subsuelo asentado sobre esponjosas llanuras del Chao Phraya, el río generoso que ha convertido los campos circundantes en el cuenco de arroz de Asia. Hoy, uno de cada diez tailandeses vive y trabaja en Bangkok, que con sus más de ocho millones de habitantes y una densidad de 3.600 personas por kilómetro cuadrado –una de las más elevadas de Asia– no sólo acapara actividades industriales, comerciales y financieras, concentrando cerca del 60 por ciento de la riqueza nacional, sino que late como corazón espiritual, simbólico y físico de la nación. Sede de la monarquía desde 1782 hasta nuestros días, también centraliza Gobierno y Administración. El acelerado desarrollo de las últimas décadas le ha impuesto un ritmo frenético y desconcertante que asusta y confunde en un primer acercamiento. Bangkok no es una ciudad fácil, pero detrás de su ultramoderna fachada palpita un estilo de vida propio e inalterado caracterizado por la constante búsqueda de sanuk. De difícil traducción, este vocablo que muchos equiparan sencillamente con “diversión” refleja algo mucho más complejo, el tácito compromiso de todo un pueblo por impregnar lo cotidiano de un halo de festividad cultivando en común el buen humor y la alegría de vivir. Por eso aquí se cuidan tan especialmente los aspectos más amables y agradables de la existencia, la salud, el bienestar, la estética, y los placeres del paladar, porque por estas tierras no hay nada peor considerado que algo sin sanuk. La sonrisa como principal lenguaje de comunicación, el gusto por los detalles y una exquisita y serena espiritualidad son los sellos ocultos de esta megalópolis capaz de armonizar los contrastes más dispares conjugando acertadamente lo nuevo con lo tradicional. Todo ello, unido a su legendario sentido de la hospitalidad, se traduce en una amplia y variada oferta de pequeños y grandes lujos que cada cual debe saber encontrar a su medida, y no es casualidad que algunos de los mejores hoteles del mundo aparezcan como oasis de belleza y paz entre las caóticas calles de esta vibrante capital.

Futurismo en la ciudad de los templos
A pesar de ubicarse en modernos edificios de enormes proporciones, suelen contar con sedantes zonas de spa e insospechados remansos de tropicales verdores, y generalmente coinciden las tendencias decorativas de un depurado orientalismo cuidado hasta el último detalle, con dominancia de tonos elegantes y relajantes donde no falta el agradable brillo satinado de las sedas tailandesas. El exquisito lujo de estos modernos y privilegiados lugares de descanso podría muy bien considerarse como el relevo de arraigadas tradiciones estéticas obsesionadas por la radiante armonía de un sosegado esplendor.
Bangkok, ciudad tentacular

El templo de Wat Phra Kaeo
Por su parte, al resguardo de los impresionantes rascacielos de metal y cristal, lo más sublime del arte arquitectónico tradicional brilla en Rattanakosin, el corazón histórico de Bangkok, con las imágenes más estereotipadas de la capital, puntiagudas torres de oro, tejados de cerámicas coloreadas, esbeltas columnatas, estatuas mitológicas… En una suerte de isla artificial almendrada rodeada por el Mae Nam Chao Phraya – el Río de Reyes – y el canal Khlong Lord, se halla comprimida toda la materia prima de algunos de los cuentos orientales más fantásticos, y desde aquí se pueden revivir muchas de las leyendas acuñadas por los intrépidos viajeros de otras épocas o reconstruir algunos episodios de la manida historia de Ana y el Rey. Las obras fueron iniciadas en el año 1782 bajo el mandato del primero de los nueve monarcas de la dinastía Chakri que desde entonces hasta nuestros días se han sucedido en el trono, y pivotaron en torno a un imponente templo real destinado a cobijar la que sigue siendo la más venerada de las imágenes sagradas tailandesas, el legendario Buda Esmeralda, una pequeña figura custodiada entre opulentos ornamentos dorados. El amplio recinto del Gran Palacio enmarca un conjunto de espectaculares residencias reales, templos, bibliotecas y estupas construidos a lo largo de doscientos años en los que a los más tradicionales estilos tailandeses se les suman influencias chinas y europeas, de nuevo reflejando con ello consolidadas tendencias aperturistas. Como ejemplo más palpable, el Chakri Maha Prasat Hall, que, iniciado por arquitectos británicos del neoclásico, truncó definitivamente su proyectada cúpula por un puntiagudo y rocambolesco cucurucho tailandés que se describe con humor como un extranjero con sombrero local.
El Gran Palacio

Mercado flotante de Thonburi
Menos brillante pero más antiguo, del otro lado del río se extiende Thonburi, el rincón urbano donde probablemente pervive la parte más auténtica y bucólica de la insondable alma de Bangkok, especialmente en el palpitante ajetreo de los viejos canales del siglo XVI que se libraron de reconvertirse en carreteras. Entre chapuzones infantiles y alfombras de jacintos de agua, se apiña un enjambre de vendedores flotantes con sus estrechas y ágiles canoas repletas de coloridas mercancías que parecen apiladas al son del misterioso dictado de milenarias leyes acerca de la estética y el orden de las cosas. Alimentos preparados en variados cuencos de esmalte prestos a convertirse bajo pedido en intrigantes guisos, adminículos y enseres de todo tipo para la vida de todos los días, esmeradas artesanías locales, pescados de lomos metálicos y, dominando sobre todo esto, montones de brillantes frutas, flores y verduras pulcramente estructuradas por tamaños y colores entre las que resalta el rabioso verde lima de los cítricos y los intensos rojos, verdes y anaranjados de las guindillas. A pesar de una creciente invasión de turistas navegando en compañía de los vendedores flotantes a la caza de memorables instantáneas –algo que empieza a resultar difícil ya que en ocasiones hay más fotógrafos que temas fotografiables–, en este pequeño universo paralelo se respira todavía el ambiente de otros tiempos, cuando los Señores del Agua –domadores del curso fluvial– agradecían la abundante pesca y las cosechas de los inundados campos de arroz y reverenciaban al líquido elemento como marco de rituales y vías de comunicación y comercio.

El barrio chino de Yaowarat
También existe un orden secreto que rige el aparente desconcierto metropolitano. Para empezar, la inabordable amplitud de Bangkok sólo puede tratar de entenderse redibujando la suma de sus diferentes distritos, cada uno de los cuales, aparte de reflejar un periodo concreto del imparable crecimiento urbano, cumple funciones específicas. Formando un semicírculo alrededor del corazón histórico, y delimitados por un tercer canal concéntrico, se apiñan los barrios más arcaicos. Al sur se amalgamó un típico Chinatown (Yaowarat) plagado de mercados y santuarios, que sólo descansa para celebrar a lo grande el Año Nuevo Chino regido por el calendario lunar. Antiguamente oscurecido por inquietantes misterios –burdeles, fumaderos de opio y locales de juego–, hoy no presenta mayor peligro que el que pueda suponer el susto de encontrarse frente a frente con un vendedor de serpientes. Una de las manzanas de este barrio, Pahurat, ha mutado en una Pequeña India plagada de tiendas abiertas a la calle donde se exponen, entre nubes de aromático incienso, brillantes sedas y preciosos saris, estatuillas de deidades indostánicas, alimentos y tés fuertemente especiados, y CDs de música hindú.
Parlamento
Al norte del corazón de la metrópoli, entre el río y la vía férrea, y en torno a las antiguas residencias reales de retiro, se planificó a principios del siglo XX, con marcada influencia europea, un nuevo distrito para la monarquía, el gobierno y el ejército. En Dusit resultan un tanto chocantes las anchas avenidas bordeadas de boutiques imitadoras de los parisinos Campos Elíseos. Otros dos vecindarios de remotos orígenes son el llamado Banglamphu, antiguo sitio de granjeros y mercaderes que ha derivado en un dédalo de pequeños comercios familiares, y la zona que ocuparon los mercaderes europeos, hoy habitada por una comunidad de hindúes y musulmanes. Al este de la vía del ferrocarril, invadiendo arrozales, se ha expandido la parte que llaman el Nuevo Bangkok, en un impulso casi de ciencia-ficción que distribuye en ordenado desbarajuste enormes complejos comerciales, embajadas, locales nocturnos, anhelantes rascacielos y vanguardistas edificios destinados a acoger hoteles de alto nivel, restaurantes y empresas multinacionales. Debido a una proverbial resistencia contra cualquier planificación urbanística que se base en la lógica, el centro de gravedad del Nuevo Bangkok variaba constantemente, resultando difícil definirlo con claridad hasta la implantación en 1999 del aerotren, que parece haberlo consignado en Pathumwan, en la intersección de sus dos únicas líneas, convirtiendo esa zona y los alrededores de la Plaza Siam en un intenso reclamo al consumismo, el deporte nacional no declarado.

Bangkok fashion

Cocina callejera
Afortunadamente estos megacentros no han desplazado a los ancestrales mercadillos, latentes reminiscencias siamesas. Más inquietantes, pero mucho más atractivos y sugerentes, salpican la ciudad y ponen al descubierto las más recónditas facetas del carácter popular, como sucede con las exposiciones de collares y ornamentos florales que denotan el grado de importancia concedido a las ofrendas sagradas y al arte del agasajo, o con los puestos dedicados a la venta de medallas y cromos de personajes santos emparedadas entre trocitos rectangulares de cristal que delatan una palpitante fe en el poder de los amuletos. Del amor del tailandés por su picante gastronomía nos hablan los abundantes tenderetes de manjares preparados a pie de calle, así como los populares mercados nocturnos en los que géneros de todo tipo se entremezclan con intensas nubes de vapores y olorosas humaredas (tal vez demasiado olorosas para el no iniciado). Puede que no esté de más advertir que algunos de estos exóticos mercados pueden llegar a convertirse en alarmantes marañas si no se presta la suficiente atención, aunque la sensación de verse atrapado en un irresoluble laberinto puede asaltarnos en cualquier otra parte porque muchas de las calles terminan de pronto sin continuidad y sólo las arterias principales parecen seguir una cierta lógica. En esos casos lo mejor es acercarse al río, respiradero natural de la ciudad, en busca de un claro perfil de referencias.

Hasta la vista...
Sin duda la manera más bucólica y refrescante de recorrer los distritos de BKK es navegando por el serpenteante Chao Phraya, especialmente al atardecer, cuando los tonos dorados del poniente reflejados en las superficies acristaladas de los rascacielos apaciguan la perpetua inquietud de esta compleja encrucijada. Enseguida la noche se ilumina con el resplandor de los neones, dando paso a uno de los más bellos contrastes de la inasible ciudad de los ángeles; es entonces cuando, bien mirados, algunos de estos gigantes adquieren de pronto un barniz más humano, y así como el Buda Esmeralda apareció misteriosamente recubierto por una capa de yeso que protegía de la codicia su valioso interior de jade, también la noche parece destapar por unas horas la cobertura de hormigón que envuelve la naturaleza más rica y valiosa de Bangkok.

Continúa en: Viaje al Sur: la ruta de las islas



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vibrante descripción de la ciudad. Las fotos dan ganas de conocerla. Espero con ansiedad la continuación del artículo.

ruypster dijo...

Gracias por tus comentarios. Las próximas etapas de nuestro viaje serán Pattaya, Hua Hin y Koh Samui. Hasta pronto!